Procesos: conocimiento cristalizado
Cuando empezamos a hacer
algo y nos damos cuenta que lo podemos mejorar, simplemente lo
hacemos. Pero no es tan sencillo para las organizaciones. La gente va
de un lugar a otro, tiene presiones, renuncia, ingresa. Entonces lo
que yo aprendo en un puesto me lo llevo cuando lo dejo. Y como quien
viene después no puede entender todas las “artesanías” que yo
hacía en mi trabajo, entonces empieza desde cero.
Sin embargo, si estoy en
mi trabajo y me fuerzan a formalizar la forma en que hago las cosas,
al explicitarlo lo convierto en un método, que cualquier otra
persona puede seguir. Y todo lo que yo aprendí quedó de alguna
forma plasmado allí. Si yo me voy, quien toma mi lugar es entonces
forzado a seguir los procedimientos. Por más que no quiera va a
tener que dedicarse a aprender y no lo van a dejar empezar de cero.
Entonces esta persona capitalizó mi conocimiento. Luego, con el
tiempo, puede cambiar la forma de hacer las cosas, pero entonces se la
fuerza a justificarlo y a formalizarlo. Así es como la organización
aprende.
Por eso los procesos no
son sólo una formalidad, una manera de ordenar. Son también la forma
de capitalizar el aprendizaje de las personas para que le resulte
útil a la organización. Sin los procesos todo aprendizaje es
volátil: se pierde con la primer rotación.
Sin embargo, para poder
generar este círculo virtuoso es necesario generar rutinas que
ayuden a las personas no sólo a realizar el aprendizaje, sino
también a formalizarlo. Es importante que para ello se establezcan
procesos para poder gestionar este conocimiento. Porque donde este se
genere, debe haber mecanismos preparados para captarlo.
Muchas veces las
organizaciones olvidan esto y dejan todo el conocimiento en los
individuos, perdiéndolo periódicamente y viéndose forzadas a
recorrer nuevamente una curva de aprendizaje que ya había sido superada.
Gestionar este conocimiento no es una trivialidad, es una tarea vital
para evitar los retrocesos y potenciar el talento de las personas.
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