¿Pueden ser nuestros procesos una fuente de competitividad?
En una primera aproximación esto
es cierto: si tenemos buenos procesos y gracias a ellos hacemos las
cosas mejor que los demás, entonces estos se convierten en una
fuente de competitividad. La cuestión es hasta qué punto es sostenible
esta situación.
Asumamos que una organización
logró desarrollar buenos procesos y que además son mejores
que los de sus competidores. En general los procesos, salvando que
sean procesos industriales muy bien custodiados, son conocidos por
todos en una organización. De hecho, en la mayoría de los casos,
están escritos. ¿Qué haría falta entonces para poder copiar un
determinado proceso? Simplemente sacar una copias de la documentación y llevárselas a
quien, dentro de la estructura del competidor, toma la decisión de realizar cambios.
Bien, no es tan sencillo, porque
en realidad para poder implementar un determinado procesos es
necesario antes haber generado un entorno favorable a su desarrollo.
Porque los procesos nacen en una determinada cultura y en una
situación particular. Los procesos de McDonald's no los podría
implementar cualquier empresa. Si bien los procesos son imitables, la
cultura difícilmente lo sea.
Pero asumamos ahora que existen
determinados procesos que pueden implementarse casi
independientemente de la cultura organizacional. El descubrimiento de
una organización pronto pasará a la otra, haciendo que lo que fue
una fuente de competitividad luego deje de serlo. Pero si una
organización está constantemente mejorando sus procesos, entonces
sus competidores, por más que se dediquen a copiarla, siempre
estarán por detrás. Uno se convierte así en el líder.
Por esto es que una mejora en un
proceso no trae una ventaja competitiva, pero sí puede hacerlo la
mejora sistemática. Esta constante búsqueda de mejores procesos se
da gracias a varios factores, siendo los principales una cultura
orientada a los procesos por un lado y por el otro un buen proceso
para la mejora continua.
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